El 18 de octubre de 2020 el pueblo dijo su palabra, señala el excandidato presidencial por Comunidad Ciudadana, Carlos Mesa. El 55% de los electores votó por el Movimiento al Socialismo (MAS), el 29% por Comunidad Ciudadana (CC) y el 14% por Creemos (CR). Ese resultado ha configurado una nueva realidad político-social que muy pocos esperaban pero que es la base del nuevo momento histórico de Bolivia.
Añade, el gigantesco fraude perpetrado el 20 de octubre de 2019 les parece ya a muchos una bruma del pasado. En esas fechas, de acuerdo al informe manipulado por el anterior Tribunal Supremo Electoral (TSE), el MAS “había obtenido” 47% de los votos y CC 36,5%. Cuando el recuento fue suspendido la diferencia era menor a 7 puntos entre los dos, para terminar después del delito electoral en 10,5 puntos de diferencia, los suficientes para darle el “triunfo” al MAS en primera vuelta. El fin de la presidencia autocrática de Evo Morales marcó el desenlace de esa esforzada campaña electoral, sumada al liderazgo cívico y los definitivos 21 días de resistencia democrática y pacífica de una gran parte del pueblo boliviano.
El masismo eufórico pretende que en 2019 no hubo fraude, dado el hecho de que en 2020 su triunfo fue rotundo e incuestionable con 8 puntos más que el año anterior y 26 puntos de ventaja sobre CC. Los más radicales de la oposición, por su parte, golpeados y en shock ante la magnitud de este resultado, dudan o afirman que, como tales cifras ni les cuadran ni les gustan, “se ha producido un nuevo fraude”.
Ambas partes parecen olvidar hechos cruciales que explican en gran medida esta realidad. El primero, que el gobierno de transición equivocó su rol, traicionó su mandato de presidir y garantizar unas elecciones limpias y entregar el gobierno al ganador, y decidió ser protagonista postulando a la Presidenta Jeanine Áñez como candidata, lo que generó una falsa expectativa sobre sus opciones. El segundo, que como producto de la resistencia popular surgió la figura del líder cívico Luis Fernando Camacho como una alternativa de renovación en el nuevo panorama electoral.
Estos dos elementos fueron muy relevantes, para el desenlace electoral, según Mesa, no sólo por la aparición de nuevos protagonistas, sino porque marcaron una línea de acción basada en la hipótesis de que el MAS se había ido para no volver, que había sido completamente derrotado y que había que extirpar sus “restos” de nuestra sociedad.
Esto dio lugar a una actitud gubernamental muy parecida a la aplicada por el masismo en sus 14 años de autocracia, caracterizada por la presión sobre un Órgano Judicial que actuó de modo acomodaticio ante el nuevo poder, sin dejar de ser un operador del MAS, siempre a su servicio como lo prueba la reciente y fulminante acción de “liberar” de toda acusación a sus jerarcas. “La Biblia en Palacio” y la estúpida acción de quemar la wiphala en la plaza Murillo, parecieron darle la razón a Morales y su discurso de odio, el de cercar, bloquear y desabastecer a las ciudades del país. El expresidente huido atizó un fuego que se había encendido en 2006 con un adoctrinamiento sistemático contra “la derecha neoliberal y racista”, que -no nos dimos cuenta- caló muy hondo en la mente de millones de compatriotas, sobre todo de origen indígena y de vida en áreas rurales y periurbanas, dijo Mesa.
Volvamos a los comicios de 2019, dice Mesa. Su resultado mostró con claridad quién enfrentó con éxito al MAS. Pero tal evidencia fue dejada de lado por una parte de la oposición que quiso desechar lo realizado durante un año de campaña y “construir nuevas opciones”, tirando al canasto la acumulación histórica lograda con tanto esfuerzo y sacrificio. De ese modo se desperdició lo logrado por Comunidad Ciudadana. Aparecieron así: la candidatura de Áñez que incorporó a varios aliados de CC y a Samuel Doria Medina de Unidad Nacional (UN), que quiso ser la argamasa aglutinadora de la oposición. La candidatura de Camacho -que intentó fallidamente entrar a occidente a través de Marco Pumari-, quien expresaba más bien una visión regional. La candidatura del expresidente Tuto Quiroga que pretendía ser la clave de la “derecha moderna y tecnocrática”. La candidatura de Chi Hyun Chung que en 2019 había logrado un porcentaje no desdeñable de votos de una militancia religiosa que, como se vio después, en realidad se había desprendido solo circunstancialmente del MAS.
La consigna fue: “todos contra Mesa”. La oposición al MAS se ocupó con ahínco de criticar mi candidatura más que la de Luis Arce, sin percibir que desde la primera encuesta CC aparecía como la segunda opción, tendencia que -igual que en 2019- se fue consolidando con el paso de los meses hasta otorgarnos con el voto casi el 30% de la confianza popular. Fue evidente que ese mensaje de división afectó al electorado confundido ante la fragmentación de una propuesta que no quiso aceptar el carácter nacional de la votación. Como consecuencia el objetivo de conquistar la presidencia fue mediatizado por el de fortalecerse en un determinado ámbito geográfico.
La aparición de la Pandemia del COVID en marzo de 2020 terminó por reforzar a un bloque político que en ese momento estaba todavía bajo los efectos del desastre de un Evo Morales que se sentía dueño del país y que apostó de modo suicida por su eternización en el poder. Irónicamente, el tiempo jugó a favor del MAS. El dulce del prorroguismo entusiasmó a la Presidenta y -coronavirus mediante- se tradujo en cinco meses de postergación de la elección. Lo que vino fue una mala gestión de la pandemia teñida de corrupción y el surgimiento de una aguda crisis económica que golpeó a los más pobres y que coloca hoy al país ante un futuro cargado de pesados nubarrones.
En este punto la Presidenta tuvo que rendirse a la evidencia y renunció a su candidatura. El país tenía entonces tres caminos: 1. La posibilidad del retorno del masismo populista y de “izquierda” con un fuerte componente de base étnica. 2. La posibilidad de derrotarlo desde una postura de “centro”, equilibrada y con una propuesta genuinamente democrática y plural. 3. El retorno de una “derecha” radicalizada con una fuerte impronta de identidad regional.
Los votantes masistas compraron la idea de que si el MAS no ganaba, volverían el racismo, la discriminación y la exclusión. Una parte de los votantes antimasistas compró la idea de que había que expulsar al partido de Morales de la política boliviana (pidiendo, por ejemplo, su inhabilitación en la lid electoral). La polarización en dos extremos no fue superada y debilitó el proyecto democrático que conllevaba un programa y un compromiso de reconciliación y restañamiento de heridas tras los traumáticos días de octubre y noviembre de 2019.
Todo el trabajo que llevó al fraude desesperado y a la huida de Morales cayó en saco roto. En vez de apuntalar al candidato que en condiciones de transparencia electoral muy probablemente había logrado en 2019 entre un 38% y un 42% de los votos, se prefirió la apuesta temeraria… y así nos fue.
Fue un error pensar que entre un 60% y un 65% del país es antimasista. Por lo menos el 50% más uno de los bolivianos apoyan al MAS y creen en su propuesta. Fue un error suponer que Morales es sinónimo de MAS. No, la organización que llegó al poder en 2006 ha logrado penetrar como estructura en un electorado que se identifica con la sigla, no sólo con el líder, lo que no quiere decir que éste no vaya a jugar un rol significativo en el periodo que recién comienza.
Podrá discutirse y argumentarse sobre los errores de nuestra campaña. Los cometimos sin duda, pudimos hacerlo mejor, pero está claro que el descalabro tuvo que ver por encima de todo con dos hechos externos: la fragmentación en dos de la oposición y la radicalización de una parte del electorado antimasista.
Dejo claro aquí que, en mi opinión, la gran impostura de Morales y el MAS, que han convencido a buena parte de los votantes, disfraza mal su verdadera vocación autoritaria, antidemocrática, corrupta y envilecida. El MAS no tiene nada bueno que ofrecerle a Bolivia que no sea más de lo mismo, arbitrariedad, control de todos los órganos del Estado, persecución de sus adversarios, ejercicio de las peores taras de la vieja política y pocas esperanzas de una mejor situación económica, dado su empeño en seguir con un populismo extractivista y rentista, poco respetuoso del medio ambiente, de las aspiraciones genuinas de cambio de la mayor parte de la sociedad boliviana y de los derechos de los pueblos indígenas.
Del largo proceso 2018-2020 surgió, en cambio, una fuerza política, CC, que representa un tercio del electorado. CC tiene una propuesta política y un programa, ofrece un camino respetuoso de la ley y las instituciones, reivindica una transformación de la democracia, propone la construcción de un sistema plural de partidos, una justicia renovada y un nuevo modelo económico diversificado, regenerativo y ambientalmente sustentable.
Pero a la vez, la crisis de octubre y noviembre permitió la emergencia de una nueva fuerza, Creemos, con una impronta caudillista que apuesta por la erradicación de cualquier vestigio de masismo en nuestra sociedad, que no reconoce la existencia real de una mayoría popular que respalda esa línea política apostando por una identidad regional, limitando las grandes e imperativas opciones de un liderazgo nacional que, por su peso específico, le toca jugar al departamento más gravitante del país en el siglo XXI.
Somos, en suma, tres fuerzas políticas -las únicas con presencia en la Asamblea Legislativa- que representamos propuestas distintas, que reivindicamos visiones diferentes para el futuro de Bolivia y que, en el marco del desafío democrático debiéramos consolidar nuestro discurso, de acuerdo a aquellos valores que defendemos.
El problema es, sin embargo, que la mayor de ellas, el MAS, apunta a reproducir su hegemonía y a imponer de nuevo una dictadura de partido como la que ejerció en el periodo 2006-2019, lo que nos obliga a los opositores a movernos en común en esas aguas turbulentas, priorizando la defensa de los valores democráticos de toda sociedad que, como la nuestra, apostó por esta forma de vida como único camino.
CC defenderá esa premisa y la promoverá, siempre que la actitud y el compromiso de la tercera fuerza no se base en premisas que cuestionan las bases mismas de la democracia y sus reglas, empezando por el reconocimiento de que, con los problemas técnicos, errores e insuficiencias del TSE, no es correcta la idea de que en 2020 vivimos un fraude equivalente al de 2019. No en vano los mismos observadores nacionales e internacionales que denunciaron ese fraude, que fue la base en la que se fundamentó la heroica resistencia popular, en esta ocasión han avalado, sin duda alguna, la transparencia de estos comicios.
Ahora toca defender la democracia a partir de los 2/3 que el autoritarismo masista ha desnaturalizado y desde el 8 de noviembre, exigir al MAS que honre una democracia en la que no ha creído nunca apañado en sus triunfos electorales y desnudado cuando se burló del voto popular del 21F.
Comunidad Ciudadana estará en los próximos cinco años en la trinchera de la defensa democrática, de una oposición firme pero responsable y una fiscalización permanente, anclada siempre en la racionalidad, el equilibrio, la verdad y, sobre todo, el cumplimiento de la Ley.
En este contexto, concluye, nuestro desafío mayor en lo inmediato son las elecciones subnacionales. Estamos obligados, como cabeza de la oposición, a aprender las lecciones de estos dos intensos años y actuar en consecuencia. No cabe una actitud excluyente, como tampoco cabe una renuncia a los valores que sustentan a Comunidad Ciudadana. Nuestro compromiso es tener la mente abierta, un espíritu real de diálogo y una voluntad política de construir un bloque opositor sólido y plural.