La Plaza Murillo, epicentro político de Bolivia, este miércoles estaba rodeada de un cordón policial mientras cientos de manifestantes, incluidos los Ponchos Rojos y sectores del transporte, alzaban su voz contra la persistente escasez de combustible. En medio de consignas y carteles que rezaban «Los precios subieron, que el presidente solucione», la protesta reflejó el hartazgo de una población golpeada por el desabastecimiento y el encarecimiento de la vida.
La aprobación de un crédito de 75 millones de dólares por parte del Senado, destinada a desastres naturales, parece haber avivado más el descontento que apaciguarlo. Aunque el gobierno defiende estas medidas como un paso hacia la estabilidad económica, los ciudadanos exigen soluciones inmediatas a la falta de diésel y gasolina, un problema agravado por la escasez de dólares y la baja producción interna.
La escena en la plaza, con accesos bloqueados y tensión en el aire, es un espejo de la realidad que viven miles de familias bolivianas. Mientras el Ejecutivo busca salidas, la paciencia de la gente se agota, y las calles advierten que, sin respuestas concretas, la calma está lejos de volver.
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