En los gimnasios, especialmente entre aquellas personas que quieren conseguir un cambio físico muy rápido, es frecuente oír conversaciones sobre los suplementos deportivos. En estas charlas se puede escuchar casi cualquier cosa: desde verdades científicas muy contrastadas a historias poco verosímiles sobre cómo un tal David acabó convertido en un Goliat gracias a unas vitaminas mágicas
Por desgracia, sigue habiendo un gran desconocimiento sobre este tipo de suplementos alimenticios y el papel que realmente pueden jugar en nuestra dieta. Estos productos contienen un nutriente o grupo de nutrientes que, añadidos a nuestra rutina habitual de alimentación, aportan un valor positivo a nuestro organismo de cara a la práctica del deporte, pero su consumo no tiene ningún sentido si no va acompañado de dicha actividad deportiva.
No obstante, lo primero que debemos hacer antes de plantearnos tomar un suplemento de estas características es revisar nuestros hábitos alimentarios. Del mismo modo que no haríamos mejoras en una casa con los cimientos dañados (lo primero sería arreglar esa base fundamental del edificio), no tiene sentido incorporar a la dieta uno de estos productos si como base no estamos siguiendo una dieta adecuada y equilibrada. De forma muy, muy resumida, para mí, una dieta equilibrada se basa en cuatro pilares: «no» a los ultraprocesados, «no» al azúcar, «sí» a un bajo consumo de carbohidratos y ¡«sí» a las grasas! Pero sólo a aquellas que son buenas para el organismo.