El 21 de febrero de 2016 se convirtió en una fecha clave para la democracia boliviana. Ese día, una mayoría de ciudadanos rechazó la posibilidad de modificar la Constitución para permitir la reelección indefinida de Evo Morales. La decisión popular parecía clara, pero su posterior desconocimiento, mediante un fallo del Tribunal Constitucional, marcó un punto de inflexión que, hasta hoy, sigue generando tensiones. Recordar el 21F significa, para muchos, mantener viva la defensa del voto popular y reafirmar que en democracia las reglas deben respetarse, incluso cuando no favorecen a quienes detentan el poder.
Sin embargo, para otros, el recuerdo constante del 21F se ha transformado en un obstáculo para el avance político. Argumentan que seguir atados a esa fecha impide superar el pasado y enfocar el debate en temas urgentes, como la economía, la justicia o la gobernabilidad. Además, sostienen que el 21F, aunque importante, se ha convertido en una bandera desgastada para la oposición, que lo utiliza más como arma política que como herramienta de reflexión democrática. Esta visión plantea si rememorar el 21F realmente contribuye a fortalecer la institucionalidad o si solo mantiene abierto un conflicto que impide mirar hacia adelante.
La acción del diputado Alberto Astorga, al voltear y pisar el busto de Evo Morales, refuerza esta discusión. Aunque su gesto simbólico fue una clara declaración de rechazo a la figura del exmandatario, también expuso la fragilidad del debate político en Bolivia. ¿Estos actos realmente invitan a una reflexión democrática o alimentan una narrativa de confrontación? El riesgo es que, al reducir el 21F a una serie de provocaciones simbólicas, se pierda la oportunidad de utilizar esta fecha como un momento de aprendizaje sobre los límites al poder y el respeto a las decisiones populares.
En definitiva, el 21F debería recordarse, pero no desde la revancha o el simbolismo vacío. Más que una fecha para ajustar cuentas, es una oportunidad para evaluar cuánto ha avanzado Bolivia en el fortalecimiento de su democracia. Recordar el 21F tiene sentido si impulsa una conversación sobre el respeto institucional, la renovación de liderazgos y la construcción de un sistema político capaz de aprender del pasado sin quedar atrapado en él. La verdadera pregunta es si la sociedad boliviana puede transformar ese recuerdo en un motor para el futuro, o si seguirá siendo una herida abierta que impide avanzar.
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