Vie. Nov 7th, 2025

Evo Morales y la crisis económica: entre el rechazo al FMI y la falta de autocrítica

En su programa radial, Evo Morales volvió a rechazar cualquier acercamiento al FMI, calificándolo de «privatización encubierta», pero reconoció que «algunas cosas no están bien» en la economía boliviana. Sin embargo, su señalamiento a «la gente» como responsable de la crisis deja abiertas más preguntas que respuestas, mientras el país enfrenta escasez de combustibles, falta de dólares y el debilitamiento de empresas estatales clave.

En su programa radial del domingo 30 de marzo de 2025, Evo Morales abordó la crisis económica que sacude Bolivia con una mezcla de acusaciones y lamentos que reflejan tanto su postura ideológica como las tensiones de un país en encrucijada. Al criticar a la derecha por proponer recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) como solución, calificándolo de privatización encubierta, Morales reafirmó su rechazo histórico al neoliberalismo. Sin embargo, su reconocimiento de que «algunas cosas no están bien» y su lamento de que esto se debe a «la gente» abren un espacio para interpretar su visión sobre las causas de los problemas actuales, así como los límites de su propio legado.

Morales tiene razón en un punto: el FMI, con su historial de ajustes estructurales, suele imponer recetas que chocan con el modelo de soberanía económica que él defendió durante sus 14 años de presidencia. Bolivia creció bajo su mando sin recurrir a ese organismo, gracias a las nacionalizaciones y al auge de los precios de materias primas como el gas. Pero la crisis actual —escasez de combustibles, inflación, falta de dólares— revela que ese modelo no se adaptó a los cambios globales ni diversificó lo suficiente la economía. Al culpar a «la gente», Morales podría estar apuntando a una falta de compromiso colectivo, a una administración deficiente en empresas clave o incluso a las fracturas dentro del Movimiento al Socialismo (MAS), hoy dividido entre su liderazgo y el de Luis Arce. Sin embargo, esta vaguedad también esquiva una autocrítica más profunda sobre las decisiones que Morales mismo tomó, como la falta de inversión en exploración de hidrocarburos o la dependencia de exportaciones sin un plan B.

Su comentario sobre la mala administración en algunas empresas refuerza esta idea. No todas están en crisis, dice, pero las que sí lo están están siendo analizadas. Esto podría referirse a gigantes estatales como YPFB, cuya producción de gas ha caído estrepitosamente, o a proyectos fallidos como la planta de urea. Morales parece descargar la responsabilidad en quienes ejecutan, pero no cuestiona si el modelo centralizado que promovió es viable en un contexto de recursos menguantes y mercados volátiles.

La crisis boliviana exige más que discursos antiimperialistas o señalamientos difusos. Si «la gente» incluye a sindicatos rígidos, burócratas ineficientes o una población desmotivada, como algunos podrían interpretar, entonces el desafío trasciende la ideología: requiere pragmatismo. Bolivia necesita empresas que no solo produzcan, sino que sean rentables y competitivas, con mercados asegurados. Morales, al lamentarse, muestra conciencia del problema, pero su retórica se queda corta frente a la urgencia de propuestas concretas. Mientras la derecha mira al FMI y Morales lo rechaza, el país sigue atrapado entre un pasado glorificado y un presente que exige reinventarse para no caer en el abismo.

Redacción central

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