Dom. Oct 6th, 2024

La ciudad de la furia: barrios para muy ricos, barriadas para muy pobres

Dentro de una misma ciudad conviven la más ostentosa opulencia y la más dolorosa miseria. Las desigualdades son tan patentes que sigue habiendo distritos donde la gente no tiene acceso a áreas verdes ni oportunidades.

La desigualdad social no se hace patente solo en las diferencias salariales o el dispar acceso a una buena educación. Las mismas ciudades que habitamos muestran que las condiciones de vida de unos y otros pueden variar radicalmente, aun cuando nos separen apenas unos kilómetros. No es lo mismo despertar hacinado en un barrio donde gobierna el narcotráfico a hacerlo en uno con seguridad, áreas verdes y parques para los niños.

Son diferencias comunes en las ciudades latinoamericanas”, dice a DW el geógrafo Juan Correa Parra, académico de la Universidad de Chile, quien se ha especializado en estudios sobre desigualdad. «Lo que se ve en Santiago ocurre también en Río de Janeiro, Sao Paulo, Lima, Montevideo o Bogotá”, explica el experto, que atribuye estos escenarios a políticas impuestas durante los regímenes dictatoriales, además de «la llegada del modelo neoliberal”.

El académico de la Universidad Católica (UC) Ricardo Hurtubia, especializado en uso de suelos y movilidad dentro de las urbes, agrega que «los seres humanos tienden a segregarse de manera natural, lo que no quiere decir que sea algo necesariamente bueno, y por eso ves que en algunos lugares del mundo se hacen esfuerzos para mitigar los efectos de esa segregación”. En su opinión, hay un problema de gobernanza en América Latina que «tienen que ver con que los territorios donde viven las personas más ricas disponen de más recursos para invertir”. Eso genera un círculo vicioso: las clases más acomodadas disponen de servicios que otros sectores de la sociedad ni pueden soñar.

Destruir el tejido social

Muchas veces el crecimiento de las ciudades se da de forma desordenada. En el caso de Santiago de Chile, la inmigración campo-ciudad generó el fenómeno de las «poblaciones callampa”, donde se instalaban las personas pobres que llegaban en busca de un futuro mejor. Esto se ve también en Buenos Aires y Río de Janeiro, por poner dos ejemplos. En algunos casos, el Estado intentó hacerse cargo del fenómeno, impulsando políticas para erradicar estos bolsones de miseria. El problema es que muchas veces sencillamente reubicó la pobreza, poniéndola más lejos y aislándola del resto de la ciudad.

En Chile esto ocurrió especialmente durante la dictadura militar (1973-1990). «Allí empezó una política de fragmentación social, donde bajo la fachada de entregar una casa propia a las familias, estas son erradicadas hacia la periferia. De hecho, Augusto Pinochet dijo que Chile dejaría de ser un país de proletarios para convertirse en uno de propietarios. En el fondo, separaron a hermanos y amigos y trituraron el tejido social”, explica Correa. Las casas entregadas eran pequeñas y sin servicios. «El Estado dejó de planificar otros equipamientos: áreas verdes, transporte, salud y seguridad. Con la llegada de la democracia, este modelo siguió”, añade.

Dentro de una misma ciudad conviven la más ostentosa opulencia y la más dolorosa miseria. Las desigualdades son tan patentes que sigue habiendo distritos donde la gente no tiene acceso a áreas verdes ni oportunidades.

El académico de la UC explica que el desigual desarrollo de los territorios genera fenómenos absolutamente ilógicos entre comunas de una misma ciudad. El ejemplo de Santiago de Chile es decidor: «La comuna de Las Condes tiene el presupuesto de una ciudad de país europeo, mientras que La Pintana no tiene nada”. Esas diferencias son evidentes en aspectos como entorno urbano, acceso a servicios (farmacias, supermercados, transporte público) y calidad de las áreas verdes.

Correa cuenta que «hace poco el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) liberó un catastro nacional para identificar áreas verdes según su tipo, calidad del verdor, mantención, juegos y accesibilidad. Y cuando uno ve los datos georreferenciados se nota que hay una tendencia a que las áreas de mejor calidad y tamaño se concentren en los sectores de mayores ingresos”. En Chile, la mantención de parques pequeños y plazas es responsabilidad de los municipios, «y estos deben dedicar sus fondos a salud, educación y seguridad”, dice Correa. «Mantener áreas verdes es caro. Cuando a las municipalidades más pobres el Estado les pone un área verde, les deja un problema. Las hace invertir mucha plata que no tienen”, complementa Hurtubia.

La falta de cobertura vegetacional ayuda también a agudizar otras diferencias. Por ejemplo, los veranos son más calurosos en las zonas más pobres, donde «cuando hace calor puedes freír un huevo en la acera”, según Correa. Asimismo, las zonas altas, donde viven las clases acomodadas, tienen menos contaminación atmosférica. «Ocurre que los sectores con mayor espacio por persona, mayor arborización y mayor verdor son los más acomodados, que son, a la vez, los que emiten más contaminación. Pero por la configuración geográfica de la ciudad, ésta se va a la periferia, y la que queda en el barrio acomodado se filtra por su gran calidad y cantidad de áreas verdes”, añade Correa.

Si a eso se suma que los barrios más pobres han sido construidos cerca de vertederos e industrias, porque allí los terrenos son más baratos, se crea un escenario perfecto para la disociación urbana. «La misma gente se va dando cuenta de que no hay esperanza de salir adelante. También la pobreza lleva a los jóvenes a caer en las drogas o el narcotráfico, como consumidores o vendedores. Al no haber áreas verdes, los sitios eriazos se convierten en focos de delincuencia, la gente deja de usar los espacios públicos, se encierra en sus casas y les pone rejas a las ventanas… el tejido social se mutila y se genera un clima de inseguridad”, grafica Juan Correa. Y salir de ese pozo es muy difícil.

Con DW

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