En Bolivia, la figura de Luis Arce despierta pasiones y desconciertos a partes iguales: para unos, es el heredero legítimo de la izquierda del MAS; para otros, un tecnócrata que traicionó el legado de Evo Morales y coquetea con la derecha. ¿Quién es realmente el presidente que lleva las riendas del país desde 2020? La respuesta no es tan simple como las etiquetas políticas suelen prometer.
A varios años de su llegada al poder, Arce camina sobre una cuerda floja entre el pragmatismo económico y las expectativas de una revolución que muchos sienten inacabada. Su gestión, marcada por la estabilidad más que por grandes transformaciones, ha abierto un debate que resuena desde las calles de El Alto hasta los posts incendiarios de Morales en X. Mientras el expresidente lo acusa de obedecer a intereses foráneos y de dar la espalda a las bases, Arce defiende su rumbo con números y un discurso de justicia social que, aunque firme, carece del fuego revolucionario de antaño.
Sus años como ministro de Economía, cuando Bolivia creció como nunca gracias a la nacionalización de los hidrocarburos y una disciplina fiscal aplaudida incluso por el FMI, ya dejaban entrever a un hombre más cómodo con las tablas de Excel que con los megáfonos de las barricadas. Hoy, frente a una economía que tambalea por la falta de dólares y una inflación que aprieta, apuesta por proyectos como la industrialización del litio y medidas como el bono contra el hambre, pero sus críticos dicen que eso no basta para llamarse de izquierda.
La ruptura con Morales, que lo tilda de traidor y lo culpa de criminalizar protestas, ha profundizado las dudas: ¿es Arce un izquierdista moderado o un presidente que, sin admitirlo, se inclina al centro? En las redes, los evistas no perdonan que no haya viajado a Caracas para la posesión de Maduro este año, viendo en esa ausencia una señal de sumisión al «imperio». Sin embargo, acusarlo de derechista suena a exageración: no ha desmontado el modelo estatal del MAS ni ha cedido a recetas neoliberales como las de Jeanine Áñez. Arce prefiere hablar de resultados antes que de ideología pura, y en una entrevista de 2022 afirmó que «la izquierda vuelve porque la derecha fracasó», una frase que reafirma su ADN progresista, aunque con menos tambores y más calculadora.
En un país donde la política es tan visceral como el altiplano es frío, el presidente parece jugar a ser un puente entre el pasado combativo del MAS y un presente que exige soluciones prácticas. Si eso lo hace menos auténtico para los nostálgicos de Evo o más hábil para gobernar una Bolivia dividida, es algo que el tiempo —y las urnas— terminarán de definir. Por ahora, Arce sigue siendo un enigma: ni tan rojo como quisieran algunos, ni tan azul como lo pintan sus detractores.
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